martes, 23 de diciembre de 2008

Palabras de Noelis. Sobre “El hombre navideño”.

Me quedé pensando después de leer las palabras de este chiquito sobre “el espíritu navideño” y debo decir, una vez más, que estoy en desacuerdo. No es fácil ahuyentar la tristeza cuando se ve, que con el pasar del tiempo las faltas son numerosas. Los años no vienen solos y una de las cosas que traen consigo son las ausencias, y se imaginaran que con sesenta años vividos el saldo es negativo: no es un lugar en la mesa el que uno llora, sino varios. Cuando se es joven, insisto con la edad, la liviandad de ciertos juicios es normal y propia de la falta de experiencia, propia de no haber vivido aun ciertas situaciones que a uno le sacuden el alma de una u otra forma. Yo también me pongo triste cuando se acercan estas fiestas y, equivocada o no, no puedo evitar contar los platos que pongo de menos con cada año que pasa. Además, me pongo de muy mal humor, porque la gente potencia algunos de sus peores rasgos por estas fechas, andan todos como locos queriendo hacer en un mes lo que no hicieron en un año, por ese tema del balance anual en torno a la productividad que hemos sido capaces (o no) de sostener en estos 365 días que están por terminar para darle lugar a un nuevo conteo. Los comerciantes se vuelven tiranos y en pos de incrementar las ventas abren sus negocios de lunes a lunes, desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, se olvidan de que sus empleados también tiene una vida más allá del trabajo, se pelean entre ellos por ver quien tiene las mejores ofertas y llegan, el 24 a la noche, con ganas de poner los pies en una palangana con agua y sin ánimos de escuchar a nadie, y todo por qué? Por vender en un mes lo que no vendieron durante el año… No será mucho? Los que compran, esperan hasta último momento para salir a ver los “regalitos de navidad”, pareciera que les gustara andar como vacas chocándose por la calle, se disputan la atención de los empleados como si estuvieran en una subasta, ponen mala cara ante las demoras propias de la situación, tratan mal a todo el mundo y encima piden descuento. Los empleados, cansados de repetir siempre lo mismo con una sonrisa obligada, transitan las últimas horas del día con las luces apagadas y la cortesía reducida ante los indecisos que llegan a la hora del cierre, cuando la puerta ya está cerrada con llave y haciendo caso omiso, preguntan: “¿Está cerrado?”.
A mi me parece, que hay muchas más cosas que replantearse en tiempos de fiesta. La gente llora las ausencias, pero también las presencias ingratas que ha tenido que soportar. No es muy coherente cantar “…noche de paz, noche de amor…”, cuando durante el día nos hemos sacado los ojos con cuanta persona ha obstaculizado nuestro camino o ha demorado nuestro tránsito, no es normal cuando hemos tenido ganas de pasarle con el auto por encima a una viejita que no terminaba de cruzar la calle cuando el semáforo ya había dado luz verde, no es normal cuando uno camina de la mano con sus nietos y los regaña y tironea porque no aceleran el paso. Quizás sería bueno hacer una parada en la reflexión (que mucha falta nos hace), sincerarnos con nosotros mismos y pensar qué es lo que estamos festejando y cuál es el verdadero significado de todo esto, para que de una buena vez podamos sentarnos juntos a la mesa y sin discordias, los seres humanos y el espíritu navideño.

martes, 9 de diciembre de 2008

Palabras de Lucas. Sobre “El espíritu navideño”.

Ayer me di cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, pero de eso voy a hablar después, antes voy a disculparme con la señora que se sintió identificada con lo que escribí la otra vuelta, porque mi intención no fue hacerle mal a nadie, solamente quise contar lo que me había pasado y lo que pensé en ese momento. Esta señora, Noelis (que la verdad, no sé si es la señora sobre la que escribí) estuvo bien en decirme que hablé de más, porque en realidad (como dijo ella), no conozco tanto a esta persona; pero no lo hice porque soy un adolescente (como también dijo ella), sino de arrebatado nomás, y de cansado, porque me cruzo cada vez más seguido con personas que en lugar de contarme algo lindo, protestan por la vida que llevan… en fin, pido disculpas si la hice sentir mal. Una cosa más voy a decir y arranco con lo otro: ¿No le parece Noelis, que usted hizo lo mismo con el discurso que escribió sobre mí y los adolescentes en general? ¿No cree que también habló de más? Porque se refirió a nosotros como si fuéramos fabricados en serie y la verdad es que somos personas como usted, diferentes los unos de los otros, así que la próxima vez, tampoco usted hable con tanta certeza de aquellos que no conoce o al menos, no predique con la palabra lo que no hace con la acción… eso nomás quería decir.
Ahora si, retomo lo del principio… decía que ayer me di cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, cuando empecé a ver arbolitos de navidad por todos lados. De nuevo estamos en diciembre, a punto de terminar otro año y a mi me parece que fue ayer, cuando en la navidad pasada me regalaron la patineta que todavía no aprendí a usar bien… ¿Qué loco, no? ¿Será el tiempo que pasa cada vez más rápido o yo, que cada vez estoy más lento? No sé, el asunto es que mi papá y mi mamá, ya están discutiendo de nuevo con quien pasar las fiestas. Eso pasa todos los años y siempre termina igual: la Navidad con mi familia materna y el año nuevo con mi familia paterna, no sé para que desatan las batallas que desatan si al final hacemos lo mismo cada año, supongo que forma parte de la tradición, del festejo. La cuestión, es que mi mamá se empieza a poner triste desde temprano, porque dice que no le gustan las fiestas, que se acuerda de los que ya no están y todo eso. Las noche del 24 y del 31 (pero más la del 24, no se por qué), cuando hacemos el brindis y nos saludamos, ella nos abraza llorando, nos da los regalos llorando, toma la sidra llorando, corta el pan dulce llorando, nos da un pedacito a cada uno y el resto se lo come todo ella diciendo que tiene angustia oral. Yo entiendo que cuando falta en la mesa una persona a la que uno ha querido mucho, la nostalgia viene si o si en algún momento, pero me parece que tampoco es para andar desparramando tristeza a diestra y a siniestra, porque la idea es festejar algo… o no? De otra forma, en vez de decir que nos juntamos a festejar la navidad, digamos que nos juntamos a llorar la navidad y por lo menos estamos todos avisados. Mi abuelo hace cuatro navidades que no está y yo me acuerdo de él siempre, pero más me acuerdo los domingos de asado, las tardes que lo iba a ver jugar a las bochas, las mañanas que me acompañaba a la escuela y todos los días que voy a la casa y no lo veo sentado en su sillón mirando el noticiero, tendría que llorar como mi mamá los 365 días del año… me parece que no pasa por ahí la cosa, pero es lo que yo pienso. Me parece que sería bueno, en lugar de ponernos tristes por los que no están, ponernos contentos por los que si estamos, agradecer los lugares de la mesa que todavía están ocupados y que son mayoría, y acordarnos de los que se fueron con la alegría que nos dejaron, repitiendo sus chistes, sus anécdotas, las historias repetidas año tras año con finales colectivos, el esfuerzo que hacían por no quedarse dormidos antes de las doce y todo lo que en esos momentos nos hizo llorar, pero de la risa… para recordar como ellos lo hacían y para no olvidar lo lindo que fue tenerlos sentados en la mesa.

martes, 2 de diciembre de 2008

Palabras de Noelis (con “s” no con “a”). Sobre “Los jóvenes que hablan de más”.

La semana pasada, hojeando el diario tuve una sensación extraña, me parece que alguien escribió acerca de mí. Leyendo las noticias, me llamó la atención el título de una pequeña columna que decía: “Palabras de Lucas. Sobre la gente que se queja”. Digo que me pareció que hablaba de mi, no porque me haya sentido identificada con el tema, sino porque la situación que se contaba tenía como protagonista a una señora que se llamaba igual que yo, se dedicaba a lo mismo, hablaba como yo hablo y tenía una empleada con el mismo nombre. La verdad eso no me importa mucho… bueno, en realidad si, pero prefiero hablar de otra cosa. No se quien será este chiquito, pero me pareció un poco arriesgado que hablara de esa mujer con tanta soltura, sobre todo si el trato que tiene con ella es esporádico. Supongo que tanto atrevimiento es producto de la edad que aparenta tener, los adolescentes tienden a enjuiciar a los mayores, porque a esa edad no se tienen problemas ni responsabilidades, lo único que piensan es en que harán el fin de semana o que se pondrán para ir a una fiesta o, si les salió un granito, como harán para ocultarlo de sus pares. Ni siquiera la escuela les preocupa, pues a principios de marzo el desfile de cabelleras despeinadas y aritos en la nariz es interminable en las aulas de examen. Me pareció totalmente imprudente su esbozo y una falta de respeto, muy propio de los tiempos que corren, hoy los chicos son dueños de decir lo que les venga en ganas, si algo no les gusta, ahí van a quejarse con bombos y platillos en nombre de la libertad de expresión. En nuestra época estaba todo más ordenado, más controlado, si yo a los dieciséis me hubiera quejado de algo, el castigo más pequeño hubiera sido una cachetada bien puesta. Los padres de hoy dan demasiada rienda suelta a los chicos y después no saben como hacer para contener los desbordes, pero se ve que eso esta de moda. Para ir al grano, si la memoria no me falla (es lo primero que empieza a andar mal con la venida de los años), este chiquito se refirió a la manera de vivir de esta pobre señora: “que se quejaba mucho, que no hacía nada por cambiar, que no sabía vivir”… y yo me pregunto, ¿qué tanto sabrá este niño de la vida teniendo tan corta edad? Habría que verlo dentro de unos años, cuando tenga que trabajar en algo que no le gusta porque no le queda otra opción, o cuando su mujer ya no sea la novia ideal, cuando sus hijos no lo escuchen, cuando la plata no le alcance o cuando tenga 25 kilos más de los que tiene ahora, postrado en un sillón, mirando tele, cansado de andar y sin ganas de asomar la nariz a la calle… Ahí lo quiero ver al pibe, ahí quiero ver si no se queja o si tiene fuerzas para cambiar lo que no le gusta. No es tan fácil cuando se está ahogado en la miseria de la rutina, desde afuera todo parece una pavada pero cuando le toca a uno es otra cosa, a los sesenta la vida tiene otro color, el rosa de los quince deviene a un negro temerario, el cuerpo ya no responde como antes, la cabeza tampoco, los días pasan sin pena ni gloria y cuando uno mira para atrás el balance da negativo desde cualquier perspectiva, y lo único que se puede hacer es añorar aquellos años felices contados con los dedos de media mano. Si yo tuviera veinte años sería distinta la cuestión, quién pudiera volver el tiempo atrás para hacer las cosas de otra manera, para no caer en los errores que lo trajeron a este estado, pero la realidad es otra y ya está, lo bueno es que no soy la única y me consuelo pensando que esta es la ley de la vida, que así tiene que ser, que es lo que me ha tocado vivir y en contra de los designios del destino no hay nada que hacer. Así que mocito, si acepta el consejo de una persona con experiencia, deje de soñar, cuide sus palabras y dedíquese a vivir sus últimos años de gracia. Cuando tenga mi edad lo va a entender, aceptará resignado que tuve razón y yo, si Dios quiere, voy a estar en otra vida mejor que ésta, mirándolo desde arriba, saboreando mi victoria.

martes, 25 de noviembre de 2008

Palabras de Lucas. Sobre “La gente que se queja”.

Hoy tuve hora libre, porque la profe de Física se enfermó. Mis compañeros de curso se fueron al quiosquito de enfrente, pero yo me quedé en la escuela para ir a la cantina. A la mañana la atiende Natalia, una chica que me gusta desde segundo año, nunca me dio bola, supongo que por la diferencia de edad, tiene cinco años más que yo, cuatro y diez meses para ser más específicos. Hace dos meses, sin embargo, me dijo que me veía cambiado, más adulto, eso me dio esperanza, así que empecé a ir más seguido a charlar con ella, cada vez que tenía oportunidad me hacía una escapadita. Ese día, para mi sorpresa, estaba atendiendo la dueña, la señora Noelis (con “s”, no con “a”, se enoja con los que le dicen Noelia). Es una mujer bastante malhumorada, igual le pregunté por Natalia, me dijo que esa mañana no se sentía bien y que por eso había faltado, yo le conté que mi profesora de Física también estaba enferma y ahí se desencadenó todo. “¿Y cómo no van a estar enfermas?”, me dijo enojada, “si el clima en esta época parece manejado por el diablo. Uno sale temprano y hace frío, cerca del mediodía el calor parte la tierra y hay que desabrigarse, a la nochecita vuelve a refrescar, ahí te agarra desprevenido y listo, en cama una semana sin poder hacer nada. Encima las chicas de hoy, ven un rayito de sol y ahí nomás se destapan, un desfile de musculosas y polleras cortas parece la calle, es como si llamaran a la desgracia. Todo es culpa de la televisión, puro culos y tetas todo el día, nada bueno para ver, si no es sexo es violencia, nada es como antes… Dios mío, a que hemos llegado. Mi hija está todo el día con esos programas de chimentos, y a mí no me queda otra que sentarme a mirar, porque si digo algo se arma la podrida. Mi marido, que en paz descanse, era igual. Siempre mirando esas mujeres medio desnudas con cara de baboso, y delante de mis narices, hasta cuando íbamos en el auto, no había pantalón ajustado al que no le quisiera clavar los dientes. El creía que yo no me daba cuenta, pero si eh, me daba mucha cuenta, pero no decía nada, total iba a seguir mirando, por eso se debe haber muerto joven, por un castigo de Dios.” Y así, siguió quejándose, del dolor de los huesos, de los médicos, de los perros que le destrozaban el jardín, de los gatos que hacían pis en su patio, de los dueños que no mantenían a sus mascotas dentro de la casa, del carnicero que le vendía carne en mal estado, de los remedios que ya no eran como antes, de sus hijos que no la escuchaban, de sus amigas que ya no iban a visitarla, de sus kilos de más, de su soledad, de su tristeza, de sus nostalgias… de toda su vida. Cuando ya me estaba por explotar la cabeza, sonó el timbre del recreo, aproveché para irme y la saludé de lejos. Pero llegando al aula tuve el impulso de volver, de preguntarle algo, no podía ser que una persona dentro de todo joven, viviera quejándose de todo, no podía entenderlo, llegué al mostrador y le dije preocupado: “Señora Noelis, si tanto mal le hacen sus dolores, su tristeza, sus kilos de más… ¿Por qué no va al médico? o haga dieta, salga a caminar, diviértase… trate de cambiar las cosas que le molestan”. Asintió con la cabeza y me miró irónica, “Como si fuera tan fácil nene, vos porque sos joven, pero yo estoy vieja y cansada. Me quedo así, porque no hay nada que hacer”. La miré, no dije más nada y me fui pensando. Cada cual elige, en la medida de lo posible como quiere vivir, a mi me parece que uno debe aprender a ir por el camino de las cosas que le hacen bien, y que todos sabemos, algunos más otros menos, cuales son esas cosas y cuales no, distinto es que no sepamos o no queramos verlas. Si uno aprende a “convivir” con todo eso, se queja y no hace nada para cambiar, quizás la situación no es tan grave, quizás el mal no sea tan grande y por supuesto, lo más cómodo sería quedarnos así, quietos, esperando que la situación empeore para decidirnos finalmente a actuar… o no. Si alguna vez, esto me pasa a mi, ojalá me de cuenta a tiempo, para que no sea demasiado tarde, para no ver la vida desde un costado del camino.