miércoles, 25 de febrero de 2009

Palabras de Lucas. Sobre “Los que la ligamos de arriba de vez en cuando”.

¿Qué debemos hacer cuando nos acusan de algo que no hicimos y encima, el culpable está del lado de los acusadores mirándonos y suplicando silencio con los ojos? Anoche me pasó algo muy loco, procedo a contarlo: eran las doce y media, yo estaba acostado mirando tele, a punto de caer en un sueño profundo, cuando de repente y muy sigilosamente, entró mi papá al dormitorio y me dijo:

- Lucas… me tenés que hacer un favor, pero tu mamá no se tiene que enterar…

Las palabras que dijo y el tono que usó, más que a “favor” sonaron a amenaza, y en una fracción de segundos me vi obligado a acceder al pedido sin conocer aún, de que se trataba todo el asunto. Medio que no me dejó opción, o al menos yo sentí eso con la frase clave “me TENÉS que hacer un favor”. La situación continuó con la descripción del pedido:

- ¿Viste que el sábado que viene se casa Raulito? El pibe nuevo de mi trabajo…
- Aha…
- Con tu mamá estamos invitados…
- Aha…
- Bueno, hay que hacerle una despedida de soltero…
- Aha…
- Y me encargaron a mí la organización de la fiesta…
- Aha…
- Y acá es donde entrarías en acción vos…
- ¿Yo? ¿Por? ¿Querés que me cuente un par de chistes? Ja ja ja…
- No, pavo… necesito que me ayudes a buscar la “frutillita del postre”, el “broche de oro”, la “joyita de la noche”… ¿Entendés?
- No…
- Una mina!!! Necesito que me ayudes a buscar una mina… una de esas que bailan y animan las fiestitas… ¿Entendés ahora? ¿O te lo tengo que escribir?

“Uhhhhhhhhhh”, pensé, “mi vieja me va a matar”. Estaba en una encrucijada casi de vida o muerte, pero por esa cosa de “padre e hijo”, me pareció una forrada decirle que no… y acepté.

- Bue, decime que tengo que hacer.
- ¡Grande, Luquita! Yo sabía que no me ibas a dejar solo en ésta… hijo ‘e trigre me saliste…

Sacó del bolsillo una hoja de diario doblada y la desplegó ante mí. Tenía marcados un par de clasificados que decían (copia textual, fíjense en las mayúsculas, allí es dónde está puesto el énfasis en cada uno):

1- “SOLO PARA FOGOSOS, MOROCHA simpática – Masajista – Ex promotora COM-PLE-TI-TA” (pregunta: ¿Com-ple-ti-ta?)

2- “SOFIA: bikini open, bonita, JOVENCITA y elegante. Mucho placer, para hombres exigentes. Todo sin apuros. Cariñosa y lo más lindo: ESTRECHITA. Llamame y vas a ver” (pregunta: ¿Estrechita por donde?)

3- “AMIGUITAS CALIENTES. Sin apuros, te damos masajitos por el máximo placer hasta la última gota!!! Lindas, HIGIÉNICAS, fiesteras!!” (pregunta: ¿Higiénicas con olor a Espadol?)

4- “YASMÍN: MOROCHA, 100 65 98 (medidas). ESTUDIANTE. Solo para exigentes. ¿Vos te vas a animar a conocer el placer entre el cielo y la tierra?” (dos preguntas: ¿Estudiante, eso importa? ¿No será mucho placer? A no cagarse para cumplir expectativas, eh…)

- ¿Y, Luquita? ¿Cuál te parece mejor a vos?
- Y, que se yo, Alberto… la última me da intriga… Llamá a esa.
- Cómo “llamá” a esa… Vos la vas a llamar…
- ¿Yo? Tas loco vos… Dale, Alberto, dejate de joder.
- Dale, Luquita, es lo último que te pido… dale…

Otra vez, otra encrucijada… y de nuevo acepté. ¿Quién me manda a hacerme cargo de las boludeces de mi viejo? Fuimos silenciosos hasta el comedor con los clasificados en la mano, levanté el teléfono, marqué el número y me atendió “Yasmín”:

- (Voz sensual) ¿Hola?
- Hola, ¿Yasmín?
- Si, papito… ¿Qué puedo hacer por vos?
- ¿Por mí? Nada… es para mi papá…
- Sí, claro para tu papá…
- En serio, es para él…
- Si, si, bueno, no importa… ¿Qué quiere tu “papito”?

De bien que estábamos, lo veo a mi viejo que sale cagando para el patio y acto seguido, me engancha mi vieja, hablando con esta mina y con el diario marcado en la mano. “Soy boleta”, pensé y corté.

- ¡Pendejo de mierda! ¿Qué estás haciendo? ¡Te voy a matar! ¡Era para esto la plata que me pediste hoy, que zapatillas ni ocho cuartos! ¡Alberto! ¡Alberto, vení urgente!

Mi viejo apareció muy campante, haciéndose el boludo y preguntando “¿Qué pasa amor? ¿Por qué tantos gritos?" Mi vieja estaba indignada y mientras me daba con tres dedos en la cabeza y a cada rato, explicaba desaforada ventilando los clasificados de un lado para el otro:

- ¡Mirá lo que está haciendo este pendejo, mirá! ¡Llamando a una loca de esas que salen en los clasificados de sexo! ¡Por Dios! ¡Que horror! ¡Decile algo, Alberto!

Mi viejo no tuvo otra opción (o al menos eso creyó él, porque ni se le cruzó por la cabeza desligarme de la culpa, todo lo contrario, se lavó las manos a lo Poncio Pilato) que la de cagarme a pedo como si fuera la última vez, para dejar contenta a mi mamá y para zafar sin dejar rastros de la situación. Yo me tuve que comer un garrón BIEN de ARRIBA, con el agravante de que me quitaron la plata destinada a las zapatillas y me sentenciaron a dos fines de semana sin salidas. Cómo son las cosas, no? Quince minutos antes, por esa cosa de “padre e hijo” yo le hice la gamba a mi viejo, pero cuando le tocó a él, la misma cosa de “padre e hijo” se le borró de la mente en un abrir y cerrar de ojos.
Moraleja: La cosa de “padre e hijo” no es razón suficiente para exponer el pellejo, porque los padres, a diferencia de los hijos, tienen una memoria muuuuuuuuuuy frágil.